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El Ateneo glorioso

“No hay ex ateneístas. Quien una vez fue ateneísta ya es ateneísta para siempre”

. Catón

Don Algón, salaz ejecutivo, cortejaba a Nalgarina Grandchichier, vedette de moda. Ella lo invitó a cenar en su departamento. Le preguntó don Algón: “¿Disfrutaré de sus habilidades culinarias?”. “Sí -respondió ella-. Pero hasta después de cenar”. El gran sacerdote maya les indicó a sus compañeros: “En adelante les arrojaremos galletitas en el cenote a los dioses. De las vírgenes nos vamos a encargar nosotros”. Marcaré con tiza blanca el día, como hacían los romanos con las fechas felices. Este sábado último regresé a mi casa. Quiero decir que volví al Ateneo glorioso, el glorioso Ateneo Fuente de mi ciudad, Saltillo. Fui alumno en sus aulas, después maestro, y finalmente -¡quién me lo hubiera dicho!director del ilustrísimo colegio. No acabaré jamás de dar las gracias a los muchachos y muchachas de la generación 113 por haberme invitado a estar con ellos en la celebración del aniversario número 45 de su graduación. Si enumerara aquí las muestras de afecto que me brindaron agotaría no sólo mi espacio, sino el de varias páginas de este periódico. Nos reunimos en la biblioteca que lleva el nombre de don José García Rodríguez, insigne catedrático de la institución, poeta extraordinario, hombre de bien. En la inauguración del recinto, a fines del antepasado siglo, habló don José García de Letona, orador de fuste. Antes de pronunciar un discurso leía los de Bossuet y Fenelon. “Para agarrar el tono”, decía. Además de maestro del plantel era editor de un periódico “jocoserio y de combate”, según consignaba el cabezal. Cierto día varios alumnos suyos lo buscaron, presurosos y angustiados. Un compañero de su grupo, le dijeron, amenazaba con suicidarse a causa de un amor no correspondido. Le pedían que fuera a hablar con él a fin de disuadirlo de su fatal propósito. “¡No! -se negó él enfáticamente-. ¡Déjenlo que se suicide! ¡No tengo ninguna noticia fuerte para mañana!”. Anciano ya, se le anubló la razón, y en 1914 publicó una hoja volante donde proponía diversas medidas para combatir al ejército de Estados Unidos en caso de que nos invadiera. Entre esas previsiones estaba la de inocular con el virus de la rabia a los perros de las rancherías. Esos animales morderían a los soldados yanquis cuando salieran de sus campamentos a hacer sus necesidades. De igual manera aconsejaba inficionar a bellas y heroicas voluntarias que ofrecerían su cuerpo a la lascivia de los invasores para acabar con ellos a base de enfermedades vergonzosas. Evoqué también a don Jesús, velador del Ateneo en mi época de director. Gustaba de hacer uso de la palabra en los festejos. Invariablemente iba hacia mí y me pedía: “Li (eso de “li” era abreviación de “licenciado”): ¿Me permite ocupar la columna de la elocuencia?”. “Ocúpela usted, don Chuy”, le decía yo. Empezaba él, solemne y sonoroso: “Damas y caballeros”. Hacía una pausa y condicionaba luego: “Si lo sois”. Alguna vez se refirió al edificio del Ateneo llamándolo “tétrica casona”. Al término de su peroración le pedí aparte: “Don Chuy: Cuando hable del recinto del Ateneo no diga ‘tétrica casona’. Diga ‘majestuosa casona’, ‘imponente casona’, ‘señorial casona’, pero no ‘tétrica casona’”. Me respondió: “Es que usted no la ha visto de noche”. Sabía de lo que hablaba: Ya dije que era velador. Agradezco a los ex alumnos y ex alumnas de la generación 113 el cariño que me mostraron esa mañana, inolvidable para mí. Obsérvese que no escribí “ex ateneístas”. En una frase que ya se ha vuelto proverbial dije: “No hay ex ateneístas. Quien una vez fue ateneísta ya es ateneísta para siempre”. FIN.

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