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Normas epistémicas

Una democracia en base a mentiras no es sostenible.

Óscar Serrato

En ningún momento de la historia, las palabras han tenido tan poco significado como hoy en día. El sistemático asalto a la verdad desde el poder busca fragmentar la percepción de la realidad, sepultando en una bruma cognitiva a la opinión pública. Asalto que tiene como objetivo permitir a quienes gobiernan imponer su voluntad en la oscuridad que ellos mismos han creado. La negación de lo evidente desde los más altos púlpitos del poder es deliberada. Observamos se niega una economía que continúa su marcha descendente, deuda pública que incrementa, un sistema de salud colapsado, parte del territorio entregado a criminales, corrupción en ejercicio de Gobierno, entre muchos otros evidentes fenómenos que desde el poder les es imposible ocultar.

La intención es a base de repetición generar dudas y que los ciudadanos no veamos lo que está frente a nosotros. El desdén con que Sheinbaum y cortesanos enfrentan las más básicas reglas de fidelidad a la verdad no es accidental, forma parte de la estrategia de autoritarios que buscan socavar las más elementales reglas de veracidad, evidencia y decencia. Con ello buscan destruir toda aquella institución o persona que en base a conocimiento, análisis, evidencia y argumentos levante la voz para señalar la falacia de sus argumentos, su pequeñez y perversidad intelectual así como el tinte autoritario de sus actos.

Desdén que se extiende a normas epistémicas relacionadas con búsqueda de la verdad, conocimiento, formación de creencias y razonamiento. Normas fundamentales que gobiernan la búsqueda de la verdad en ciencia, periodismo, Derecho, educación, historia e impartición de justicia. Normas indispensables ante la imperfecta naturaleza del ser humano, donde cada uno de nosotros somos observadores y actores con sesgos e historias que nos diferencian. La codificación y respeto a normas tiene como objeto superar lo que Kant postulaba: “De la madera torcida de la que está hecha la humanidad nada puede hacerse completamente recto”.

La infraestructura epistemológica de una sociedad, donde aquellas instituciones, organizaciones o gremios que partiendo de evidencia funcionan como contrapeso a la tentación y actuar autoritario de gobernantes está en riesgo. Destrucción así como captura sistemática y deliberada a la vista, los mecanismos y modalidades varían, el objetivo final es perpetuarse en el poder, buscan: No permitir que la verdad interrumpa su propaganda triunfalista ni que existan voces que declaren que el emperador desnudo es un impostor. Universidades, centros de investigación, organismos intermedios, colegios profesionales, barras, prensa, organizaciones de la sociedad civil son parte de esta infraestructura indispensable en la construcción de una narrativa de veracidad en base a evidencia.

Una democracia en base a mentiras no es sostenible. Hannah Arendt postulaba: “Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que nadie crea en nada. Un pueblo que ya no distingue entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal: Un pueblo privado del poder de pensar”. Concluyendo: “Y un pueblo que ya no puede creer en nada, no puede decidirse. Está privado no sólo de su capacidad de actuar, sino también de su capacidad de pensar y de juzgar. Y con un pueblo así puedes hacer lo que quieras”.

No podemos afirmar que la mentira como práctica de Gobierno inicia con el regreso de aquel partido hegemónico al poder, hoy vestido de guinda, lo que sí podemos afirmar es que la restauración implica una regresión de décadas en la tolerancia a la verdad y un peligroso incremento en el número de mentiras que desde el poder propalan. Mentiras descaradas ante la mirada de todos, silencio de muchos y complicidad de algunos. La destrucción de esta infraestructura y normas epistémicas permite a quienes gobiernan que sus mentiras pasen por verdades o en su caso obligar que la gente pretenda que es verdad, que para efectos prácticos es lo mismo, les permite salirse con la suya. Cuando la verdad deja de ser relevante, las normas que rigen la convivencia en una democracia corren el riesgo de convertirse en letra muerta, tal como sucede hoy en día en nuestro País.

La intencionalidad de quienes gobiernan es convertir a México en una nación de nihilistas, aquellos que no creen en nada, logrando así imponer un Gobierno de sinvergüenzas.

Principios cuatroteístas: “No mentir, no robar, no traicionar” ignorados, rebasados y repudiados. Remplazados por un desaseo institucional declarando que Constitución, leyes, reglamentos y moralidad no son vinculantes para gobernantes emanados de sus filas, incitando a que todos ciegamente crean, obedezcan y actúen bajo sus mandatos o en su caso que simplemente desvíen la mirada y guarden silencio.

Hoy la aspiración de una auténtica separación de poderes con una Suprema Corte de Justicia independiente no llega a su fin. En lo que será una victoria pírrica para la 4T lograrán controlar en los próximos años al Poder Judicial, control logrado vía una serie de ilegalidades y delitos electorales. Lo que no van a poder controlar es la verdad, ni el juicio de la historia.

Que lo que hoy se pierde en México, nos sirva como lección de lo importante que es defender lo esencial dejando atrás rencillas incidentales. Tal como lo enuncio Churchill en 1940 “Nunca nos rendiremos”.

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