Las lecciones detrás de las rechiflas y abucheos
En México, el poder presidencial tiene muchas formas de ejercerse. A veces se impone con decretos o discursos; otras, con silencios.

En México, el poder presidencial tiene muchas formas de ejercerse. A veces se impone con decretos o discursos; otras, con silencios. Pero a veces, una sola frase basta para revelar cómo se concibe el cargo, con quién se ejerce y contra qué se afirma. Eso ocurrió el sábado pasado en Aguascalientes. Y ocurrió también, hace más de dos décadas, en Hidalgo.
En el caso más reciente, la presidenta Claudia Sheinbaum actuó con firmeza cuando dijo: “Vamos a respetarnos todos y todas, vamos a respetar a la Gobernadora”. Lo dijo en Rincón de Romos, cuando los asistentes abuchearon a la gobernadora panista María Teresa Jiménez mientras tomaba la palabra durante un evento. La Presidenta no guardó silencio. Se levantó de su asiento, se acercó a la Gobernadora y pidió respeto para su anfitriona.
Algo parecido ocurrió el 6 de junio de 2002, en Pachuca. Yo estaba ahí. Vicente Fox, en su primera visita presidencial a Hidalgo, presenció cómo el público abucheaba al entonces gobernador priista Manuel Ángel Núñez Soto. Fox, que había acabado con 70 años de hegemonía del PRI, intervino. Exigió respeto para el Gobernador y puso orden.
En ambos casos, la multitud actuó con desaprobación. Y en ambos casos, Claudia Sheinbaum y Vicente Fox respondieron con una señal política de altura. Porque cuando defendieron a un rival político, no lo hicieron por afecto ni por simpatía sino para afirmar públicamente que la investidura merece respeto. Ese principio institucional es válido y necesario en cualquier democracia. Pero también es cierto que la legitimidad no se fortalece solo desde arriba. El respeto, aunque debe protegerse desde el poder, también debe ganarse desde el desempeño. No basta con ocupar un cargo; hay que ejercerlo con eficacia, decencia y cercanía. De otro modo, los abucheos se repiten y el desgaste es inevitable. Es posible que los abucheos contra Núñez en 2002 provinieran de panistas entusiasmados por el triunfo de Fox y deseosos de marcar territorio en un Estado gobernado por un priista. En Aguascalientes, en cambio, es probable que los gritos vinieran de simpatizantes de Morena o beneficiarios de algún programa asistencial federal que no ven con buenos ojos a la Gobernadora del PAN. Aun así, la gobernadora Jiménez cuenta con una aprobación del 66.1%, según una encuesta de FactoMétrica publicada en marzo pasado, lo que indica una aprobación significativa de la ciudadanía. Los abucheos hacen ruido, pero no siempre representan a la mayoría.
La Presidenta no protegió a la persona, sino al cargo. Como lo hizo Fox hace más de 22 años. Ambos entendieron que el poder no se grita, se ejerce. Y que una rechifla popular no legitima la violencia simbólica, por mucho que lo disfruten quienes participan en ella.
En tiempos donde la polarización se alimenta desde el micrófono y el algoritmo de las redes sociales, estos momentos importan. Porque muestran algo que escasea: Autocontención. Y porque revelan que, a veces, el verdadero poder no está en incendiar a la plaza… sino en apagarla. Lo que está en juego no es solo la reputación de una gobernadora o gobernador sino la salud de una república donde la figura presidencial, en lugar de dividir, puede -cuando quiere- contener, moderar y, por momentos, educar.
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