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Navidad en octubre

No hay peor crisis de salud que te maten o te desaparezcan. No, México no es Dinamarca, aunque le aplaudan al Presidente.

Jorge  Ramos

Casi todos damos por un hecho que los políticos mienten. O que exageran y minimizan datos y situaciones. Y que la mentira es una forma de gobernar.

Pero hay veces en que las mentiras son de una dimensión tal, que es imposible ignorarlas.

Aquí tengo tres ejemplos.

En su último informe presidencial, Andrés Manuel López Obrador dijo que el “sistema de salud pública (de México) es el más eficaz en el mundo”. Y siguió: “Dije que iba a ser el mejor, que iba a ser como el de Dinamarca. No. Es mejor que en Dinamarca.”

Fue triste ver aplaudir a decenas de miles de personas que escuchaban el discurso de AMLO en el zócalo. Todos sabían que el Presidente estaba mintiendo. Pero aun así, por presión partidista, le aplaudieron. Eso crea una especie de complicidad con el gobernante. Él miente, sabe que miente, y quien lo escucha reconoce que se trata de una mentira pero pretende creerle.

Y no, el sistema de salud de México no es como el de Dinamarca. Hay múltiples reportes de graves fallas, esperas interminables y faltas de medicinas. Un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) pone a Dinamarca en cuarto lugar a nivel mundial, respecto a cobertura de servicios médicos para la población, y a México en el lugar 40.

A la falta de una cobertura médica universal y adecuada se suma la peligrosidad del País. Ya estamos hablando de cientos de miles de asesinatos y desapariciones durante el actual gobierno. No hay peor crisis de salud que te maten o te desaparezcan. No, México no es Dinamarca, aunque le aplaudan al Presidente.

Luego, cuando AMLO se dio cuenta que lo habían agarrado en la mentira, declaró que su intención al comparar a México con Dinamarca era para dar “nota”. Fue, dijo, “plan con maña”. Pero la mentira ya había empapelado al País.

Otra gran mentira es la que sigue repitiendo Donald Trump en la campaña presidencial. Las cifras son contundentes. En la elección de noviembre del 2020, Trump perdió el voto popular y el voto electoral frente a Joe Biden. El actual presidente obtuvo 81,284,666 votos frente a los 74,224,319 de Trump, de acuerdo con los resultados oficiales. Asimismo, Biden consiguió 306 votos electorales ante los 232 de Trump. Pero eso no ha evitado que Trump insista en lo que ya se llama “la gran mentira”.

En junio del 2021, en un evento público en Texas, me le acerqué a

Trump y le pregunté si ya podía reconocer públicamente su derrota. No quiso hacerlo. “Nosotros ganamos la elección”, me contestó malencarado, se dio la media vuelta y se fue.

Algo parecido le ocurrió al periodista británico Piers Morgan en abril del 2022. Cuando le dijo a Trump en una entrevista que la del 2020 había sido “una elección libre y justa” y que él “había perdido”, Trump se molestó. “Solo un tonto pensaría algo así”, respondió el ex presidente. Al final de la entrevista se le escuchó a Trump decir que “apagaran las cámaras” y que la entrevista había sido muy “deshonesta”.

Trump, le guste o no, es un perdedor. Y toda su campaña está basada en recuperar en este 2024 lo que perdió en las urnas cuatro años antes. Lo increíble es que, después de repetir por años esta mentira, millones de personas se la creen. El 69% de los republicanos (y de independientes que favorecen a los republicanos) cree que Trump ganó la elección del 2020 y que Biden es un presidente ilegítimo, según una reciente encuesta de CNN. Hay mentiras que se pegan como chicle.

Y esta última mentira desde Venezuela es de proporciones gigantescas y habla de un dictador que no puede contener sus delirios de grandeza. “Voy a decretar el adelanto de la Navidad para el primero de octubre”, declaró Nicolás Maduro hace unos días. “Llegó la Navidad con paz, felicidad y seguridad”. Los asistentes al discurso madurista aplaudían y sonreían como si hubieran visto a “Santa Claus”. Ninguno, por supuesto, se atrevió a decirle a Maduro que la Navidad es hasta finales de diciembre y que él, por muy matón que sea, no puede cambiar esa fecha.

La locura de Maduro de adelantar la Navidad me recuerda la arrogancia del fallecido líder Hugo Chávez cuando en el 2007 adelantó (¿o retrasó?) media hora el horario oficial para aprovechar “la influencia del Sol en el cerebro”. Los dictadores, ciertamente, se sienten todopoderosos.

El problema es que adelantar la Navidad por más de dos meses no va a resolver la crisis de legitimidad del régimen de Maduro. Nadie cree los resultados oficiales de las elecciones del 28 de julio y la oposición ha hecho un gran trabajo recopilando la mayoría de las actas de votación que dan un triunfo indiscutible a Edmundo González Urrutia. En la Navidad de paz y felicidad de Maduro hay miles de detenidos y torturados en sus cárceles.

Hay mentiras que no resisten la más pequeña revisión. Maduro, Trump y AMLO saben que están mintiendo. Pero se sienten con tanto poder que creen que pueden inventar su propio universo. Al final, la realidad siempre se impone y les rompe la burbuja.

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