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El origen

Cuba y Venezuela son catástrofe que encubren con demagogia, no hay argumentos serios para defender las tiranías que se engendraron en pesadillas estrambóticas como las de Eduardo Chibás, continuadas por Batista y empeoradas por Castro y sus imitadores.

Joaquín  Robles Linares N

Desde su independencia Cuba se debatió entre personalismos, asonadas, ensayos parlamentarios y revoluciones. Las proclamas nacionalistas tenían gran aceptación y la Constitución de 1940 prevaleció como referente democrático.

Eduardo Chibás (1906-1951) fue el dramático ejemplo de la política cubana, su carrera osciló entre el antimperialismo y el nacionalismo, impulsada por una febril cruzada contra la corrupción, su lema: “Vergüenza contra dinero” fue su rúbrica.

Comienza en el Partido Auténtico, después los denuncia por corrupción y funda el Partido Ortodoxo transformándose en la esperanza de los desilusionados, entre sus adeptos figuraba un joven abogado dueño de un fogoso discurso y de personalidad atrayente, Fidel Castro.

Chibás, magnético y dinámico, hacía uso de cualquier medio para divulgar su mensaje, sus artículos en la revista Bohemia eran de gran penetración, sus entrevistas invariablemente controversiales, sin embargo, su programa de radio dominical “Al aire” transmitido por la radiodifusora CMQ era el puntal de su resonante activismo.

El 16 de agosto de 1951 el líder de los ortodoxos desde los micrófonos de su programa enarbola un ardiente discurso llamado “el último aldabonazo”, denuncia la corrupción del Gobierno sin poder probar nada y en un acto insólito, este histriónico personaje saca de entre sus ropas una pistola y se dispara en el vientre. Chibás muere a los días, víctima de sí mismo y de su manía purificadora.

Castro retoma su ejemplo, activa un grupo insurgente y se convierte en el líder de una Revolución que derroca a Fulgencio Batista en 1959.

Batista había llegado por medio de un golpe de Estado en 1952, su Gobierno naufraga entre la corrupción, la desconfianza y el desprecio continental. Un ejército desmoralizado no puede contra aquella guerrilla que concentra la simpatía popular incluyendo la de los norteamericanos.

Fidel, aglutina adhesiones y sigue la ruta de Eduardo Chibás, una frenética política de comunicación, sus entrevistas y alocuciones le dan una presencia refrescante, los éxitos guerrilleros se suceden ante un ejército agotado. Los mandos batistianos se cartean con Castro y este administra su superioridad.

Castro triunfa y toma el mando, el régimen se convierte en una mezcla de seguidores, muchos de los revolucionarios eran socialdemócratas, democristianos o liberales. Estos van desapareciendo del escenario castrista, unos arrestados otros fugados.

De principio se negaba la cercanía con el comunismo hasta que en 1960 inician las impetuosas expropiaciones, lo mismo una refinería transnacional que un modesto taller de costura, la hostilidad con los Estados Unidos y su demonización alimenta el discurso del líder revolucionario.

La paranoia se instaura, de quienes se esperaba moderación o sensatez acaban avasallados por el radicalismo, inicia la ruta del desastre, primero la polarización después la interminable migración, Fidel se transfigura en un Stalin entre palmeras.

En 1953 Cuba tenía seis millones de cabezas de ganado para una población arriba de los seis millones de habitantes, exportaba una impresionante cantidad de azúcar y la producción de alimentos garantizaba el 75% del consumo interno, su ingreso per cápita era de 374 dólares -entre los más altos de América Latina-, en una superficie de 110 mil Km cuadrados, hoy no queda nada, vive de las dádivas.

Cuba y Venezuela son catástrofe que encubren con demagogia, no hay argumentos serios para defender las tiranías que se engendraron en pesadillas estrambóticas como las de Eduardo Chibás, continuadas por Batista y empeoradas por Castro y sus imitadores.

Este anacronismo político con una larga historia de fracaso -64 años, - es el horizonte y altar del régimen mexicano, fuente de disparates y alienación en América Latina, un relato muy viejo con resultados conocidos. La desgracia siempre tiene un origen.

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