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Terror 4T

Complicado comprender por qué López Obrador y los suyos están tan enojados.

Denise Dresser

Denise Dresser

Complicado comprender por qué López Obrador y los suyos están tan enojados. Difícil dilucidar las razones detrás del despecho y la venganza y la acechanza. Ganaron con 36 millones de votos. Arrasaron en la mayor parte de las contiendas. Tendrán o comprarán supermayorías en el Congreso y en el Senado por lo cual no necesitarán los votos de la oposición. Aún así despliegan un espíritu de enjundia ininteligible. Continúan librando batallas contra enemigos falsos a los cuales no sólo buscan humillar. La idea es acabar con ellos y con ellas. La visión compartida es seguir polarizando, peleando, arrasando. El plan es erigir una guillotina en el centro de la plaza pública y celebrar la sangre que derraman.

Sólo así se comprende las investigaciones de la Unidad de Inteligencia Financiera a periodistas y personajes críticos cuyo único poder es el de su pluma, su voz, los que revelan y sobre quién. El nervio más sensible que le tocan a AMLO es el de sus hijos, y por ello su reacción. Un Gobierno caracterizado por la indolencia ante acusaciones de corrupción, pone a todo el aparato del Estado a investigar a los investigadores. A amedrentar a los informadores. Para los amigos hay pétalos de rosa; para los críticos hay persecución. Y como se ha documentado en estas páginas, hay una relación de causa-efecto. Sale a relucir el nombre de Andrés López Beltrán o el de su amigo Amílcar Olán y la UIF diligentemente pide información bancaria sobre Carlos Loret o Víctor Trujillo o María Amparo Casar o Latinus o los socios fundadores de Mexicanos Contra la Corrupción. Así las prácticas del viejo régimen presentes en la “verdadera democracia”.

AMLO/Morena y quizás Claudia Sheinbaum actúan como si fueran a gobernar para siempre. Como si jamás fueran a perder el poder en el futuro. Como si la captura del Estado por un partido no pudiera ser utilizada en su contra en algún momento. Han olvidado que el Gobierno no se gana de forma permanente, y hasta los regímenes más autoritarios pueden ser longevos, más no perennes. Gobiernan como si las reglas que han cambiado y las instituciones que han doblegado y las voces que han acallado no pudieran volcarse en su contra en el futuro. Desestiman que en algún momento la UIF, hoy en el puño pugilista de Pablo Gómez, podría estar en manos de un político de oposición. Ignoran que si los ministros de la Suprema Corte y los jueces federales son electos por voto popular, algún día podrían ser votados por una fuerza distinta a Morena. Y el karma es canijo.

Por eso, según el filósofo político John Rawls, en todo régimen que se jacta de ser democrático, las leyes deben ser pensadas vía un “velo de ignorancia”. Toda persona en un puesto público debería desconocer quién es, cuál es su circunstancia personal, a qué partido político pertenece y con qué ideología comulga. Sólo así sería posible una justicia objetiva, que no tuviera nombre o apellido o espíritu vengativo. La meta sería un sistema en el cual todos son tratados de manera equitativa, con libertades básicas, oportunidades igualitarias, y ofreciendo los mayores beneficios a las personas en mayor situación de desventaja en cualquier sociedad. Pero el espíritu revanchista del lopezobradorismo permea todas sus posiciones de política pública.

La reforma judicial con la cual busca desquitarse con Norma Piña y los jueces federales que le impusieron límites constitucionales a lo largo de su gestión. La reforma electoral con la cual busca desquitarse con el INE por no haber reconocido el argumento del fraude en 2006 y por desmontar la candidatura de Félix Salgado a la gubernatura de Guerrero. El uso faccioso de la UIF y la Fiscalía General de la República en represalia por el desafuero y la volcadura institucional en su contra hace 20 años. A AMLO lo mueven los resortes del rencor y la mirada retrospectiva. Ha usado y abusado de su poder para pasarle factura a aquellos a quienes no les perdona ofensas del pasado, y Rosario Robles es un botón de muestra.

Ahora, en el crepúsculo de su Gobierno, el Presidente no piensa ser generoso en la victoria. Desplegará las pulsiones más peligrosas, echará mano del escarmiento espectacular, se desquitará con todo y contra todos. Pero quizás antes de echar a andar la guillotina, debería recordar el destino de Robespierre. Quienes recurren al terror, tarde o temprano también terminan descabezados.

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