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El precio de la envidia…

Durante años, Ernesto fue el rey indiscutible del barrio. Su tienda de abarrotes tenía de todo, y todos le compraban.

Bibiana Caloca

Durante años, Ernesto fue el rey indiscutible del barrio. Su tienda de abarrotes tenía de todo, y todos le compraban. Era respetado, temido incluso. Nadie se atrevía a competir con él. Tenía fama de ser duro con los nuevos emprendedores: si alguien abría un negocio cerca, él bajaba precios, hacía campañas agresivas y, si podía, hablaba mal con tal de quitar competencia.

Pero un día llegó Clara.

No era empresaria, ni tenía experiencia. Solo una madre soltera con una receta de empanadas que sabía a hogar. Con unos pocos ahorros y muchas ganas, montó un pequeño puesto frente a la tienda de Ernesto. Nadie lo creyó posible, pero la gente comenzó a probar… y luego a regresar. No era solo la comida, era ella: sonreía, escuchaba, recordaba los nombres de los hijos de los clientes.

Ernesto empezó a notar la fila frente a su tienda, no para entrar, sino para comprarle a Clara.

Primero se burló. “Ya se le pasará la moda”, decía. Después, comenzó a decir que sus empanadas no eran higiénicas. Mandó a inspección. Y cuando eso no funcionó, puso un puesto de empanadas igualito al de ella… pero sin alma. La gente seguía prefiriéndola a ella.

Un día, Clara se encontró con su carrito volcado, todo tirado en la calle. Sin cámaras, sin testigos. Todos sabían quién había sido, pero nadie podía probarlo. Ella lloró. Dudó. Pensó en rendirse. Pero al día siguiente estaba ahí otra vez, con la misma sonrisa. Alguien le había donado una mesa. Otro, un toldo. Entre todos la ayudaron a levantarse.

Fue ahí donde Ernesto se quebró. Se dio cuenta de algo que nunca había entendido: puedes tener poder, dinero, experiencia… pero si no tienes el respeto de tu comunidad, no tienes nada.

Días después, cerró la tienda. No por falta de ventas, sino porque ya no podía mirarse al espejo.

REFLEXIÓN

La envidia no solo destruye relaciones, también destruye reputaciones. El emprendedor que se deja consumir por ella termina convirtiéndose en su propio obstáculo. La envidia no impulsa, envenena. No mejora, corrompe.

Clara no venció a Ernesto con fuerza, ni con estrategias agresivas. Lo venció con autenticidad, con resistencia, con humanidad. Y ese es el tipo de éxito que no se puede copiar.

En los negocios, lo más valioso no es la clientela ni las ganancias: es la confianza que uno se gana. Y esa, como todo lo que importa de verdad, no se compra… se cultiva.

*La autora es mamá, emprendedora y empresaria.

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