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Guasón: Folie a deux

Dir. Todd Phillips

Manuel  Ríos Sarabia

El problema con el Guasón… ahora se ha duplicado. Hace cinco años la reinventada historia del Guasón recibió todas las nominaciones y obtuvo prestigiosos premios. Fue aclamada por público y crítica. Rompió records de taquilla. Mil millones de dólares.

También fue malinterpretada por un creciente público convertido en fans tóxicos, aquellos que, a través de una errónea lectura del texto, encumbraron al personaje de Arthur Fleck (Joaquin Phoenix) como a un héroe en un mundo retorcido, que va haciendo justicia, violentamente, por mano propia.

Cabe mencionar que el león de oro en Venecia muy probablemente fue el resultado de lo que representa “un fiel retrato de la sociedad estadounidense”, desde el punto de vista europeo.

Este año, un niño de 12 años se vistió de “Joker” y atacó a su maestro con un arma blanca en Veracruz.

Folie a deux, literalmente locura de dos, es un síndrome psiquiátrico en que la psicosis es transmitida de un individuo a otro, y que “canónicamente” en la mitología de los comics, es el caso con los personajes de Guasón y Harley, más no precisamente en la cinta.

Es interesante como Todd Phillips y Scott Silver (co escritor) decidieron hacer algo muy distinto a la secuela que los “fans” esperaban, y por el contrario, crear algo que es en realidad una respuesta metatextual a la distorsionada reacción, de esos mismos “fans”, ante la primera cinta.

Encontramos a un perturbado Arthur Fleck, recluido en el Asilo de Arkham en espera de ser enjuiciado. La primera descripción que escuchamos del estado mental de Arthur es, sospechosamente, similar al monologo que concluye Psicosis de Hitchcock (1960), justificando su locura como “la voz de su madre en su mente”.

En la prisión para enfermos mentales, durante un taller de música, Arthur conoce a Lee Quinzel (Lady Gaga), quien dice haber crecido en el mismo barrio que él, con experiencias curiosamente similares, además de ser una ferviente admiradora de sus “hazañas”. La relación entre ellos se basa en la música, convirtiéndose en un delirio compartido, en que constantemente, ambos irrumpen en canto para expresar sus sentimientos (tal como sucede en cualquier musical). Arthur siente que ha alcanzado el cielo, está enamorado y es correspondido por primera vez.

La realidad es otra. Lee no es quien dice ser y busca algo muy distinto de Arthur. Mientras tanto, gracias al juicio, Guasón ya se ha convertido en un producto más a la venta. Aquí es justo donde la realidad y la ficción se entremezclan, los deseos de los “fans” de Guasón que añoraban verlo convertido en un demente genio del crimen, el agente del caos que prometía la conclusión de la primera entrega, son decepcionados al ser confrontados por un Arthur destrozado, sometido y fácilmente manipulado, ensombrecido por el brillo de Lee (Gaga) y encima de todo… ¡cantando! Todo esto es expuesto en pantalla al momento en que está pasando por las mentes de los espectadores, en un verdadero rompimiento que va más allá de la cuarta pared.

Es esta indignación la misma que lleva a los seguidores de Guasón a intentar ayudarlo a escapar de su prisión, para protegerlo de esta “distorsionada” versión, que NO es él. Como si los “fans” en las salas lo quisieran sacar de esta perversión musical que no “respeta” el espíritu de su ídolo, paladín de un retorcido sentido de justicia. Por un instante, dentro y fuera de la pantalla, creen que lo lograrán.

Finalmente son ellos mismos, imitando a su payaso mesías, convertidos en él, quienes le han clavado la daga final.

Carcajeándose demencialmente, no entienden lo que han hecho, ni siquiera identifican su propio reflejo.

“¿Arthur Fleck, quién?”

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