Inmaculada. Dir. Michael Mohan
Existen ideas que se pueden repetir una y otra vez, y siguen funcionando, porque el público no las conocía, o porque sí las conocía y quiere volver a experimentar más de lo mismo.
Existen ideas que se pueden repetir una y otra vez, y siguen funcionando, porque el público no las conocía, o porque sí las conocía y quiere volver a experimentar más de lo mismo.
Inmaculada es precisamente una de esas ideas repetitivas, tanto así, que con poco tiempo de diferencia se ha estrenado otra película prácticamente idéntica, La primera profecía, precuela de La profecía (Richard Donner, 1976).
La aparición de ambas en el 2024 podría indicar un retorno al pánico satánico de los ochenta, pero lo que parecen señalar es que los estudios han descubierto la “nunsploitation” (cine de explotación con monjas) cincuenta años tarde, y únicamente le han añadido la trama de El bebé de Rosemary para reempaquetarla.
Curiosamente, las dos cintas funcionan mucho mejor de lo que tendrían cualquier derecho a hacerlo, La primera profecía es incluso mejor que su muy afamada “secuela”.
Ambas películas hacen cosas bien, empezando por su ambientación en Italia y el uso de actores italianos que, naturalmente, hablan el idioma.
Mientras que La primera profecía se desarrolla en los años setenta, y su fotografía imita el estilo de la época, Inmaculada hace algo interesante ubicándose en una atmosfera atemporal, que de igual forma emula al cine de terror italiano setentero, empleando un formato de cámara más cuadrado, e incluso utilizando una composición de Bruno Nicolai (de la película La dama rossa uccide sette volte, 1972) en su banda sonora. Si obviamos los vehículos modernos y el uso de un celular en el tercer acto, Inmaculada podría muy bien desarrollarse en los setenta.
A pesar de utilizar la trama y los ritmos de El bebé de Rosemary, Michael Mohan está demasiado lejos de Polanski y a pesar de tomar “prestados” elementos de Sam Raimi, y por supuesto, aprovechar el gore al estilo de Lucio Fulci, a manera de “homenaje”, termina recurriendo al vulgar uso de los estruendos para sobresaltar al espectador.
Durante su tercer acto, la cinta pierde cualquier viso de sutileza, y degenera en algo aún más pedestre, convirtiendo a la titular monja inmaculada (Sidney Sweeney) en una típica chica final (Final Girl), que se las ingenia, una y otra vez, para escapar de los villanos católicos que la asedian.
Como en la muy similar, primera profecía, finalmente, el verdadero enemigo resulta ser la institución de la iglesia misma, la cual se encuentra detrás de una gran conspiración, confabulando, y abusando de chicas jóvenes para lograr sus macabros fines y obtener incalculables beneficios dentro del negocio de la fe.
Quizá, lo más interesante resulta ver las dos cintas, una tras otra, como dos caras de una misma moneda, lejos de ser una simple coincidencia dentro del cine de explotación, es posible interpretarlas como manifestación del zeitgeist, una genuina reacción al resurgimiento mundial de la extrema derecha, que utiliza a la religión como su estandarte para poder cometer atropellos, incluso atrocidades, en contra de los pueblos.
Accidentalmente, Inmaculada y La primera profecía, forman una dupla aleccionadora, mucho más cercana a la temática de, la prohibida, Los demonios (Ken Russell, 1971) que a El despertar del diablo y compañía. Se trata de cuentos paralelos con una clara moraleja, que utilizan el terror y la sangre para advertir de un peligro mucho más penetrante… o simplemente son dos estúpidas y plagiarias películas de terror para pasar el rato.
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