Juan Tonelli

¿Alguna vez soñaste con ser el campeón mundial? Yo sí.

Los adultos estamos acostumbrados a subrayar las fallas. Criamos y educamos con la lupa puesta en lo que falta, en lo que está mal, en lo que “debería ser”.

¿Serías capaz de confesarle a tu pareja una infidelidad? ¿Podrías escuchar, comprender y aceptar una confesión semejante?

¿Podrías escuchar, comprender y aceptar una confesión semejante? Y, sin llegar a una infidelidad, ¿en tu pareja, en tus vínculos, hay lugar para expresar lo que se siente realmente y, en especial, para enfrentar los conflictos con empatía? 

¿Y tú? ¿Pretendes controlar tus emociones para que no te causen problemas?

...¿quién no tuvo experiencias emocionalmente difíciles en la infancia, y se pasa toda la vida con esos mecanismos de defensa que oportunamente nos ayudaron a sobrevivir, pero que hoy nos arruinan la vida?

Hay lecciones que sólo se aprenden con el corazón, que no necesitan títulos universitarios ni posgrados; como la que viví hace unos días y me llevó a reflexionar sobre las cosas que nos perdemos de ver por nuestros prejuicios y etiquetas.

En una sociedad que premia el rendimiento, la adaptación y la aparente perfección, existe una patología silenciosa que crece sin darnos cuenta: La normopatía.

La humanidad siempre ha necesitado testigos: Alguien que valide nuestra existencia, que registre nuestros triunfos y fracasos, y que sea el eco de nuestras historias.

La humanidad siempre ha necesitado testigos: Alguien que valide nuestra existencia, que registre nuestros triunfos y fracasos, y que sea el eco de nuestras historias. Y me pregunto: En una era marcada por conexiones superficiales y las redes sociales, ¿realmente estamos encontrando esos testigos que tanto anhelamos?

Todos cargamos cicatrices invisibles, esas inseguridades o deseos insatisfechos que proyectamos en el mundo

Demasiado lejos, reina la soledad; demasiado cerca, el dolor.

¿Y tú? ¿En qué pared tienes apoyada tu escalera?

Hay momentos en que la vida se pone muy difícil y no nos queda más remedio que aferrarnos fuerte. A veces no hay opciones y sólo queda resistir o entregarse. Y es el instinto de querer seguir viviendo lo que lo cambia todo.

En ciertas circunstancias la vida nos pone a prueba y exige esa clase de templanzas: Saltar sin red. Saltar confiando en que aparecerá el piso, aunque ahora no lo veamos.