“Apacienta el rebaño…”
El jefe de la tribu de caníbales montó en cólera al sorprender a su esposa con un explorador.
“¡Llama a la policía!” le pidió Pepito a su mamá.
“¿Para qué?” —se sorprendió la señora.
El muchachillo respondió con alarma:
“¡Mi papá va a matar a la mucama!”.
Intrigada, la madre preguntó:
“¿Por qué dices eso?”.
Pepito explicó:
“Es que lo escuché decir: ‘De esta noche no pasas, chula’”.
Doña Leopolda salió con su amiga Loretela. Juntas fueron a un antro donde bebieron, conversaron largo rato y salieron cuando el sol ya asomaba por los balcones del Oriente.
Propuso doña Leopolda:
“Vamos a mi casa a echarnos la última”.
Loretela, cautelosa, preguntó:
“¿Y tu marido?”.
“No hay problema” —aseguró doña Leopolda.
Cuando llegaron a la casa, la amiga casi se cayó de espaldas por la sorpresa: el esposo de doña Leopolda, lejos de recibirla con reclamos, apareció en la postura de un perrito parado sobre sus patas traseras y le ofreció las pantuflas en la boca.
Ante el asombro de Loretela, doña Leopolda explicó:
“Todo empezó cuando vi en el periódico el anuncio de aquel curso de hipnotismo”.
El siguiente chiste, ¿es surrealista o mamón? A veces, la línea entre ambas cosas es muy delgada:
Babalucas fue a un rancho y le pidió al ranchero:
“Me da 10 litros de leche de vaca”.
El ranchero señaló:
“El recipiente que traes es muy pequeño”.
Babalucas respondió:
“Entonces démelos de leche de cabra”.
Me confieso: participé en concursos de oratoria en mi juventud. Ese fue uno de los pecados que cometí, aunque no tantos como los que vinieron después; algunos dolorosos, pero la mayoría gozosos y gloriosos. Si volviera a vivir, caería nuevamente en las mismas tentaciones, pero esta vez más temprano y con mayor frecuencia.
Formé parte del grupo de oradores de la preparatoria del Ateneo Fuente, liberales por tanto. Nuestros adversarios eran los jóvenes de la ACJM, asesorados por el carismático padre Luis Manuel Guzmán.
En uno de esos concursos me tocó hablar de Sor Juana. La describí arrobada ante un Cristo “de torso hermosamente desnudo”. Los del bando conservador comenzaron a silbarme y a patear el piso del auditorio.
Detuve mi discurso y, con voz tranquila, me dirigí al sacerdote:
“Padre Luis: apaciente a sus ovejas”.
Cosas de la vida: años después, ese mismo sacerdote ofició la misa de bodas donde me uní a mi amada eterna, quien había formado parte de su círculo juvenil.
Recordé todo esto al ver la reciente gresca de cantina en la mal llamada Cámara Alta, donde varios senadores, incluso el coordinador de la bancada morenista, estuvieron a punto de liarse a golpes en pleno recinto. Con eso, la “Cámara Alta” mostró lo bajo de su calidad política y personal. A Noroña habría que decirle:
“Apacienta el rebaño que tu amo te encargó”.
Doña Lavia le hizo una pregunta íntima a doña Frigidia:
“¿Qué sientes cuando haces el amor con tu marido?”.
Respondió Frigidia:
“Nada”.
“Yo tampoco” —dijo doña Gules—. “Con el que sí siento es con el mío”.
El jefe de la tribu de caníbales montó en cólera al sorprender a su esposa permitiendo que el explorador blanco la acariciara de forma lasciva. Lo peor fue que ella correspondía de igual manera.
“¿Por qué te enojas, Canibio?” —dijo la mujer al antropófago—.
“Te estoy calentando la comida”.
FIN.
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