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Diarquía

Lo que hoy presenciamos es una diarquía, que no es otra cosa que el poder compartido.

Joaquín  Robles Linares N

Después del asesinato del candidato triunfador en las elecciones de 1928 México entró en un ciclo crítico, las fuerzas que se sostenían de la mano del caudillo se vieron enfrentadas, aquel grupo cohesionado por el poder entró en colisión. Plutarco Elías Calles toma el mando sin vacilación y desde la corpulencia que le brinda la Presidencia impone a Emilio Portes Gil.

El general Elías Calles empieza a tejer su potestad, un país convulsionado y desangrado por casi 20 años de violencia se asemeja a un mal sueño que amenaza con perpetuarse. Como un alfarero modela aquella argamasa de nación, entregado al remolino de barro le va dando su forma, sobrado de esa seriedad que tenía como forma de conducta.

La Presidencia interina la ejerce un abogado y político al que designa a través del Congreso, por otra parte, empieza a materializarse la idea -ya antes acariciada por Obregón-, de formar un partido en cuyo regazo se acunarían las corrientes políticas que la Revolución había consentido. La administración callista había admitido la ruta del presidente Obregón, que en un alarde de audacia e imaginación había transformado la administración pública creando nuevas instituciones.

Al presidente Calles le toca continuar, llegan otras como el Banco de México, la Comisión Nacional de Irrigación o la Comisión Nacional de Caminos. La ruta de dos administraciones era transformar la estructura de la Nación.

La única manera de que la Revolución triunfara era creando nuevas oportunidades, a lo largo de los ocho años que suman los dos gobiernos lo logran. Sin embargo, en política unos son los propósitos y otras las intenciones, Álvaro Obregón decide reelegirse, nuevos problemas a viejas ambiciones.

La campaña toma vuelo y los opositores al sonorense provienen de sus filas y de su misma región, el asesinato es la funesta sombra de la campaña. En julio el candidato triunfador cae abatido por los disparos de un fanático, el mantel blanco que cubre la mesa del banquete quedará revuelto, en desorden y salpicado de sangre, asemejándose al País.

Calles sigue su camino, a pesar de la beligerancia de diversos grupos y las sublevaciones militares, las explosivas huelgas y distintos amagos impone su aspiración, el embajador de México en Brasil, Pascual Ortiz Rubio, es elegido como el primer candidato del PNR a la Presidencia -ya constituido como la fuerza electoral del régimen-, su oponente un maderista, José Vasconcelos, quien pierde y se exilia.

El periodo conocido como Maximato queda firme, Calles no se inclinó por un entusiasta obregonista como Aarón Sáenz, sino por un tedioso y ausente embajador. Pascual Ortiz Rubio había cumplido con la encomienda antes en Alemania y después en Brasil hasta su inesperado retorno en 1929, no era un candidato que provocara adhesiones ni pasiones y quizá ese fue su atributo sin él advertirlo.

El Maximato será un periodo que durará hasta 1936, cuando Lázaro Cárdenas toma la ruta del desconocimiento filial y una madrugada de abril, siguiendo las órdenes presidenciales el general Rafael Navarro Cortina se apersona ante el jefe máximo, materializa la expulsión y luego el forzado exilio.

Se ha insistido sobre el actual régimen y de sus similitudes con aquel periodo. No hay tal, Plutarco Elías Calles no era un político oportunista era un revolucionario, entonces se preocupaban por crear instituciones no por destruirlas y estos venían de una auténtica Revolución, no de la frase demagógica de la “revolución de las conciencias” que es una mala broma.

Lo que hoy presenciamos es una diarquía, que no es otra cosa que el poder compartido.

No sabemos lo que resulte y lo que dure.

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