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Comer rápido podría estar afectando tu salud más de lo que crees

Estudios muestran que este hábito se relaciona con aumento de peso, mala digestión y mayor riesgo de síndrome metabólico.

Comer rápido podría estar afectando tu salud más de lo que crees

CIUDAD DE MÉXICO.- Muchas personas comen a toda prisa sin pensar en las posibles consecuencias. Aunque parezca una costumbre sin importancia, la práctica de comer rápido puede impactar directamente en el aumento de peso, la mala digestión y un mayor riesgo de desarrollar enfermedades cardiometabólicas. Así lo confirman diversas investigaciones y especialistas en nutrición.

Un hábito común con consecuencias invisibles

El problema radica en que al comer rápidamente, el cuerpo no tiene tiempo suficiente para reconocer la sensación de saciedad. Según el médico José Viña, catedrático de Fisiología en la Universidad de Valencia, esto lleva a consumir más alimento del necesario. Además, la acción de comer deja de ser un momento placentero y se convierte en un acto automático, lo que afecta la conexión con el propio cuerpo.

Este comportamiento también tiene efectos digestivos importantes. Comer deprisa interfiere en una correcta masticación, lo que dificulta la absorción de nutrientes y puede alterar el equilibrio de la microbiota intestinal, esencial para la salud del sistema inmune. Por eso, especialistas en salud digestiva insisten en la importancia de comer con calma.

El riesgo de síndrome metabólico y otros efectos

Diversos estudios, especialmente en Japón, han relacionado el hábito de comer rápido con una mayor incidencia de síndrome metabólico, una condición que agrupa varios factores de riesgo como hipertensión, glucosa alta, colesterol alterado y grasa abdominal. Un estudio de la Universidad de Hiroshima reveló que quienes comían rápido duplicaban el riesgo de desarrollar este síndrome frente a quienes lo hacían lentamente.

La psicóloga Leslie Heinberg, de la Cleveland Clinic, explicó que el estómago necesita al menos 20 minutos para enviar al cerebro la señal de saciedad. Si se come en menos tiempo, como ocurre con quienes comen rápido, el cuerpo no alcanza a reconocer que ya ha ingerido suficiente. Esto provoca que se coma de más y se termine con una sensación de incomodidad o malestar.

Además de los efectos metabólicos, comer deprisa puede causar otros problemas como acidez estomacal, indigestión y una mala absorción de nutrientes. Incluso puede desconectarnos de las señales reales de hambre, perpetuando el hábito sin que seamos del todo conscientes de sus consecuencias.

Estrés, pantallas y la importancia de volver al momento presente

El estilo de vida actual, marcado por el estrés, la prisa y las múltiples obligaciones, influye directamente en cómo y cuándo comemos. Muchas personas lo hacen frente a la computadora, de pie o con el celular en la mano. Estas distracciones impiden que el cerebro registre correctamente el momento de saciedad, lo que favorece la sobrealimentación.

Además, factores emocionales como la ansiedad o la tristeza pueden llevar a comer con rapidez, usando la comida como una vía de escape. La psicóloga Heinberg destaca que esta costumbre también daña nuestra relación con la comida, ya que convierte el acto de alimentarse en algo automático y desconectado del disfrute.

Por fortuna, este hábito es modificable. La alimentación consciente propone un enfoque distinto: comer sin distracciones, prestando atención plena a lo que se come, sus sabores y texturas, y respetando las señales del cuerpo. Este cambio de ritmo no solo mejora la salud, sino también la experiencia de comer.

Pequeños cambios que pueden marcar la diferencia

Adoptar estrategias sencillas puede ayudar a comer más despacio. Por ejemplo, se recomienda dedicar al menos 20 minutos a cada comida, masticar cada bocado entre 15 y 30 veces y hacer pausas frecuentes. Dejar el tenedor entre bocados, tomar agua durante la comida o dividir el plato en porciones pequeñas también puede ayudar a reducir la velocidad al comer.

Otra recomendación clave es evitar llegar a la mesa con un hambre extrema. Cuando se ha postergado la comida por muchas horas, es más probable que se coma de forma apresurada y sin control. Elegir alimentos ricos en fibra, como frutas, verduras y legumbres, también ayuda, ya que requieren más masticación y generan una sensación de saciedad más duradera.

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Según la endocrinóloga Clara Joaquím, no solo importa qué comemos, sino cómo y cuánto tiempo dedicamos al acto de comer. Comer en familia, en un entorno tranquilo y sin pantallas, masticar bien y reconocer las señales del cuerpo son prácticas que contribuyen a una alimentación más saludable y consciente. En un mundo acelerado, aprender a comer despacio puede ser un gesto poderoso para cuidar la salud.

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