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Cuidar el cerebro con hábitos diarios: una clave contra el deterioro cognitivo

La investigación subraya la importancia de la prevención y muestra que hábitos saludables pueden tener un impacto profundo en la memoria y la calidad de vida.

Cuidar el cerebro con hábitos diarios: una clave contra el deterioro cognitivo

CIUDAD DE MÉXICO.- Con el paso de los años, muchas personas notan que les cuesta más recordar nombres, contraseñas o direcciones. Este fenómeno genera inquietud, sobre todo en sociedades que viven más tiempo, pero no siempre con buena calidad de vida. Aunque el olvido puede ser parte del envejecimiento normal, la ciencia está empezando a revelar qué hay detrás de este proceso y, sobre todo, qué se puede hacer para frenarlo.

Más allá del olvido cotidiano

Uno de los descubrimientos recientes más alentadores proviene de un estudio dirigido por el médico Dean Ornish en Estados Unidos. El ensayo clínico demostró que cambios intensivos en el estilo de vida —sin usar medicamentos— pueden estabilizar o incluso mejorar la función cerebral en personas con Alzheimer temprano o deterioro cognitivo leve. Los resultados, publicados en Alzheimer’s Research and Therapy, mostraron que el 71% de los participantes mejoró su rendimiento cognitivo, mientras que ninguno de los que no hizo cambios tuvo avances.

Esto abre una puerta importante: no toda pérdida de memoria indica demencia, pero sí podría estar relacionada con el envejecimiento cerebral, un proceso progresivo que muchas veces pasa desapercibido. La diferencia clave está en cómo vivimos esos años extra que ha ganado la humanidad, y en cómo reducir la brecha entre longevidad y bienestar.

Lo que sí se puede cambiar

Las demencias engloban enfermedades que afectan la memoria, el juicio y otras funciones mentales. Aunque no hay cura definitiva, se sabe que hasta un 45% de los casos podría prevenirse si se controlan factores de riesgo a lo largo de la vida, según la revista The Lancet. En ese sentido, el estudio liderado por Ornish propuso un cambio completo de estilo de vida como estrategia terapéutica.

El programa incluyó cuatro pilares: una dieta basada en alimentos vegetales integrales y sin ultraprocesados, actividad física diaria, manejo del estrés a través de meditación y ejercicios de respiración, y la creación de vínculos sociales mediante grupos de apoyo. Después de 20 semanas, los participantes mostraron mejoras significativas en tres de cuatro pruebas cognitivas aplicadas.

Más allá de los resultados técnicos, muchas personas notaron cambios prácticos: retomaron actividades que habían dejado, como leer, hacer cuentas o escribir informes. Estos logros no solo representan una mejora en la memoria, sino una recuperación del sentido de identidad y autonomía personal, elementos fundamentales en el bienestar emocional.

El papel del estrés y la ciencia que se avecina

Un aspecto clave que abordó el estudio es el impacto del estrés crónico. Según el neurólogo Enrique De Rosa, esta condición puede acelerar el envejecimiento celular y debilitar el sistema inmune, además de afectar la estructura del cerebro. El aumento del cortisol, la hormona del estrés, puede dañar los telómeros —las “capuchas” de los cromosomas— lo cual acelera el deterioro y eleva el riesgo de enfermedades relacionadas con la edad.

El vínculo entre salud mental y funciones cognitivas se vuelve cada vez más claro. Revertir la pérdida de habilidades cotidianas también implica salir del aislamiento social, que muchas veces se agrava cuando las personas se sienten “menos capaces”. De ahí que los cambios promovidos en el estudio no solo mejoren la función cerebral, sino también la calidad de vida general.

En paralelo, la investigación avanza hacia nuevas herramientas de diagnóstico. Modelos de inteligencia artificial ya permiten predecir el envejecimiento cerebral con base en resonancias magnéticas, y empresas como NeuroAge Therapeutics desarrollan pruebas de sangre que estiman la edad cerebral. En mayo de 2025, la FDA aprobó el primer análisis de sangre para detectar la progresión del Alzheimer, marcando un avance relevante en la detección temprana.

Pequeños cambios, grandes resultados

El estudio liderado por Ornish fue el primero en mostrar, con respaldo científico, que el Alzheimer en fase temprana puede mejorar sin fármacos. Este enfoque fue destacado por el American College of Lifestyle Medicine, que señaló el carácter pionero de la intervención. Aunque la percepción general sigue asociando lo eficaz con lo costoso y complejo, esta investigación recuerda que soluciones accesibles y cotidianas también pueden ser poderosas.

Los resultados reafirman que la prevención empieza desde antes de que aparezcan los síntomas. Una alimentación balanceada, el ejercicio regular, la gestión del estrés y el cuidado de los vínculos sociales no solo ayudan a vivir más años, sino a vivirlos mejor. A largo plazo, estas estrategias podrían reducir significativamente el impacto de las enfermedades neurodegenerativas.

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Según la OMS, más de 55 millones de personas viven hoy con demencia en el mundo, y el Alzheimer representa hasta el 70% de esos casos. Frente a este panorama, entender que el estilo de vida sí importa —y mucho— se convierte en un mensaje urgente y esperanzador. Aunque aún no exista una cura definitiva, cada acción diaria cuenta para proteger y fortalecer nuestro cerebro.

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