¿Hambre real o emocional? Claves para entender por qué comemos sin tener apetito
Especialistas en nutrición explican que distinguir entre hambre fisiológica y emocional es clave para una relación saludable con la comida.

CIUDAD DE MÉXICO.- En la vida diaria, muchas personas comen sin preguntarse si realmente tienen hambre. Factores como el estrés, el cansancio o la tristeza pueden despertar el deseo de comer, aunque el cuerpo no lo necesite. Según la médica pediatra y especialista en nutrición Irina Kovalskys, el hambre verdadera surge cuando baja la glucosa en sangre y el organismo activa señales hormonales que indican la necesidad de alimentarse.
El cuerpo habla, pero no siempre de comida
Sin embargo, no todas las veces que una persona come, lo hace por una necesidad fisiológica. Kovalskys advierte que emociones como la tristeza, el aburrimiento o la soledad pueden empujar al cerebro a buscar placer o alivio a través de la comida. Esta conducta, aunque común, puede volverse un obstáculo para mantener hábitos alimenticios saludables.
Desde otra perspectiva, la nutricionista Agustina Murcho explicó que muchas veces aprendemos desde la infancia a relacionar la comida con consuelo, premios o celebraciones. Esos recuerdos emocionales pueden activarse sin que lo notemos, haciendo que comamos por impulso y no por hambre real.
Señales de una alimentación emocional
Murcho identificó seis señales que pueden ayudar a distinguir cuándo el impulso de comer responde a emociones más que a una necesidad del cuerpo. Algunas de ellas son: comer sin apetito real, buscar alivio emocional tras una jornada estresante, o comer sin identificar claramente lo que se siente. También mencionó la sensación de culpa posterior, el deseo de alimentos específicos en momentos de ansiedad y la dificultad para detener la ingesta aun sabiendo que no se necesita.
Ambas especialistas coincidieron en que estas conductas no deben juzgarse como “falta de voluntad”. Más bien, son respuestas emocionales profundas que requieren comprensión y acompañamiento. Kovalskys agregó que desde la infancia se debe fomentar la autorregulación, evitando que la comida se use como premio o consuelo.
Entre las estrategias recomendadas para fortalecer una relación más saludable con la comida, se sugiere respetar los tiempos entre comidas, evitar pantallas durante la alimentación y ofrecer alimentos nutritivos en lugar de usar la comida para calmar emociones.
Reconectar con el cuerpo y las emociones
Para ayudar a reconectarse con las señales internas del cuerpo, Kovalskys recomendó prácticas como el yoga, la meditación y el mindfulness. Estas actividades, aunque no sustituyen la atención psicológica cuando se necesita, pueden servir como apoyo en la construcción de hábitos más conscientes.
Murcho también subrayó la importancia de redefinir el autocuidado. A veces, cuando se siente la necesidad de “algo rico”, en realidad el cuerpo está pidiendo descanso, afecto o un momento de tranquilidad. Explorar formas alternativas de cuidarse, como caminar, escribir o hablar con alguien, puede reducir el impulso de recurrir a la comida como único recurso emocional.
En una sociedad donde la comida está constantemente disponible y la publicidad estimula el consumo impulsivo, recuperar el vínculo con las propias emociones y necesidades físicas es un paso importante hacia una alimentación más equilibrada.
Una herramienta para entender el comportamiento alimentario
La Escala de Fenotipos de Comportamiento Alimentario (EFCA), desarrollada por la doctora Mónica Katz y otros especialistas, permite identificar distintos estilos de alimentación desregulada. Estos incluyen patrones como el emocional/picoteador, el hedónico, el compulsivo, el hiperfágico y el desorganizado.
Esta herramienta fue validada en un estudio realizado en Argentina con 300 adultos, y mostró correlaciones claras entre los puntajes obtenidos y el índice de masa corporal. La EFCA se está utilizando ampliamente en países de habla hispana, y puede servir como guía para personalizar los tratamientos nutricionales y psicológicos.
Según el estudio, al detectar el patrón dominante en cada persona, es posible orientar mejor las estrategias terapéuticas y mejorar su efectividad, evitando recaídas frecuentes en los tratamientos tradicionales contra la obesidad.
Hacia un tratamiento más humano y personalizado
El enfoque convencional de las dietas suele ignorar aspectos emocionales y conductuales del paciente. Katz y sus colegas señalan que este error puede afectar el éxito a largo plazo de una intervención, ya que no todas las personas responden igual ante los mismos planes alimentarios.
Adaptar el tratamiento al perfil conductual del paciente, tomando en cuenta factores como la relación emocional con la comida, puede marcar una gran diferencia. Esto implica no solo atención médica, sino también apoyo psicológico que ayude a la persona a reconectar con sus emociones, identificar necesidades reales y tomar decisiones más conscientes.
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Para quienes se ven reflejados en estas señales, Murcho sugiere buscar ayuda profesional. Un abordaje integral que incluya nutrición y salud mental puede ser clave para comprender el vínculo con la comida y aprender a manejarlo de forma más compasiva y efectiva.
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