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El poder de los cuentos: cómo el mundo simbólico fortalece la salud mental infantil

Los cuentos clásicos, lejos de ser relatos dulces, ofrecen a la infancia herramientas simbólicas para enfrentar miedos, pérdidas y conflictos.

El poder de los cuentos: cómo el mundo simbólico fortalece la salud mental infantil

CIUDAD DE MÉXICO.- Lejos de las versiones edulcoradas que predominan hoy en día, los cuentos clásicos nacieron como herramientas simbólicas para que los niños comprendan el mundo que habitan. Lejos de ser relatos inocentes o meramente fantásticos, estas historias ofrecen recursos internos para enfrentar el miedo, el abandono y la pérdida. Desde una edad temprana, muchos niños intuyen que detrás de la magia hay algo más profundo: una estructura simbólica que los ayuda a poner nombre a lo que sienten, aunque aún no puedan expresarlo con palabras.

Historias que no endulzan la realidad

Tal es el caso de quien recuerda haber leído, en su infancia, un enorme libro de mitos que apenas podía sostener. En sus páginas, los “Doce trabajos de Hércules” despertaban fascinación y temor, especialmente con la figura de la Hidra de Lerna, un monstruo que crecía con cada intento de destruirlo. Aún sin comprender todos los términos, el mensaje era claro: había monstruos, pero también formas de enfrentarlos. La lucha contra el mal, la perseverancia y el deseo de justicia se entendían desde la emoción, no desde la lógica.

Estas narraciones se graban en la memoria infantil porque no ocultan la oscuridad del mundo, sino que enseñan a transitarla. Como lo señala el psicoanalista Bruno Bettelheim, los cuentos permiten a los niños proyectar sus temores inconscientes en escenarios simbólicos, donde los peligros existen, pero también los recursos internos y externos para enfrentarlos.

Relatos que no suavizan el conflicto

Cuentos como Hansel y Gretel, Caperucita Roja o Blancanieves no evitan el conflicto, lo representan. Hay abandono, engaño, violencia, pero también colaboración, astucia y solidaridad. Son relatos donde lo difícil se dice con imágenes potentes, que acompañan el desarrollo emocional y simbólico del niño. Frente a una tendencia actual que busca eliminar lo angustiante para proteger a la infancia, cabe preguntarse: ¿proteger es negar el conflicto o acompañarlo?

Los cuentos tradicionales muestran que el peligro existe, pero también que se puede superar. Y no se trata de un triunfo individual: muchas veces los protagonistas son salvados gracias a la ayuda de otros. Esos pactos, esas redes de cuidado que se construyen en medio del relato, enseñan que en la vida real tampoco se sale del dolor en soledad. Se necesita del otro, del vínculo, del gesto colectivo.

Además, estas historias permiten al niño construir sentido. Le ofrecen una forma de nombrar sus emociones más complejas, aquellas que tal vez aún no entiende del todo, pero que siente intensamente. Proteger a la infancia no es evitar que sientan miedo, tristeza o frustración, sino brindarles herramientas para reconocerlo y elaborarlo.

Acceso simbólico como derecho cultural

Desde una perspectiva más amplia, también es necesario señalar que no todos los niños y niñas acceden por igual a estos relatos. La desigualdad social, la pobreza y otras formas de exclusión estructural muchas veces impiden el acceso a los libros. Sin embargo, persiste la oralidad, las historias contadas por abuelas, padres, o cuidadoras, que continúan transmitiendo mundos simbólicos incluso sin papel ni tinta.

Por eso, el impulso a bibliotecas populares y espacios de lectura en cada comunidad resulta clave. No se trata de un lujo cultural, sino de una necesidad vital. Dar acceso a estos relatos es fortalecer la imaginación, la resiliencia y la capacidad de nombrar lo que duele. En un mundo que a veces desborda de discursos prefabricados, es fundamental volver a confiar en la potencia simbólica de la infancia.

En espacios como la Feria del Libro de Buenos Aires, por ejemplo, se pueden encontrar libros profundamente conmovedores, como Migrantes, de Issa Watanabe, que sin palabras transmite el drama y la esperanza del desplazamiento. Estos libros dialogan con los niños desde el respeto y la sensibilidad, sin subestimar su capacidad de comprensión ni imponer discursos adultos.

Confiar en la infancia y en sus símbolos

Los cuentos clásicos siguen resonando porque no simplifican, no subestiman ni ocultan. Enseñan que hay caminos difíciles, pero que también hay salida. Que la oscuridad existe, pero no es eterna. Que siempre hay una Caperucita, pero también un leñador. Y sobre todo, que el bosque —ese espacio temido y fascinante— puede recorrerse, si hay con qué y con quién.

La infancia necesita símbolos, no discursos moralizantes. Necesita imágenes, palabras y relatos que le permitan transformar su mundo interno. No para evitar el dolor, sino para hacerlo más habitable. Para no sentirse solo cuando algo duele. Para aprender que hay caminos de regreso.

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En un contexto donde muchas veces se teme inquietar a los niños, conviene recordar: no hay daño en nombrar el miedo. El verdadero daño es negarlo. Porque solo lo que se nombra puede empezar a comprenderse y, con el tiempo, a sanarse. ¿Y qué mejor forma de hacerlo que a través de un cuento?

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