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El estrés no solo afecta tu vejiga. Puede apoderarse de tu salud en general

El estrés crónico, a diferencia del estrés agudo, se instala en la rutina diaria y puede afectar gravemente la salud.

El estrés no solo afecta tu vejiga. Puede apoderarse de tu salud en general

CIUDAD DE MÉXICO.- Cada vez es más común sentirse atrapado en un estado de estrés constante. Las preocupaciones sobre el trabajo, el futuro de los hijos o la estabilidad económica pueden acumularse con los años y volverse una carga diaria. Aunque algunas personas logran sobrellevarlo sin aparentes crisis, el desgaste es real y progresivo.

Entre la rutina y la preocupación constante

No siempre se vive con este nivel de ansiedad, pero a medida que se asumen más responsabilidades, también se incrementa la presión. Según especialistas, es clave diferenciar entre el estrés agudo —ese que aparece en momentos puntuales— y el crónico, que se instala en la rutina y afecta silenciosamente la salud general.

El cuerpo está diseñado para enfrentar el estrés agudo: una presentación importante, un sobresalto, una urgencia médica. Sin embargo, cuando la alarma no se apaga y el organismo se mantiene en alerta constante, las consecuencias comienzan a manifestarse de forma física, emocional y hormonal.

Cómo responde el cuerpo al estrés

Cuando se activa el estrés, el cerebro pone en marcha un sistema complejo de defensa. Las glándulas suprarrenales liberan adrenalina, que acelera el corazón, agudiza los sentidos y prepara al cuerpo para reaccionar con rapidez. Un poco más tarde, entra en acción el cortisol, la hormona encargada de sostener esa respuesta durante más tiempo.

Este mecanismo funciona muy bien frente a amenazas puntuales. Pero cuando la exposición al estrés se vuelve continua, el exceso de cortisol comienza a desgastar el sistema. Pueden aparecer fatiga persistente, trastornos del sueño, aumento de peso y alteraciones en el estado de ánimo, entre otros síntomas.

Además, el estrés sostenido interfiere con funciones esenciales como la digestión, la fertilidad y la inmunidad, al desviar recursos del cuerpo hacia la “supervivencia”. Lo que en el quirófano puede salvar una vida, fuera de ese contexto puede volverse una amenaza silenciosa para la salud a largo plazo.

El estrés también afecta la vejiga y la vida íntima

Un efecto poco conocido del estrés es su impacto en la vejiga. Muchas personas sienten una urgente necesidad de orinar justo antes de hablar en público o enfrentar una situación importante. Esto se debe a que el sistema nervioso estimulado por el estrés también altera el control de la vejiga, generando más urgencia y frecuencia al orinar.

Esta reacción no es exclusiva ni anecdótica. Hay evidencia científica que relaciona el estrés con síntomas de vejiga hiperactiva, incluyendo escapes involuntarios. Es decir, no siempre se trata de cuánta agua se bebe, sino de cómo responde el cuerpo al estado emocional.

La vida sexual también puede verse afectada. Altos niveles de cortisol alteran la producción de hormonas sexuales como la testosterona y el estrógeno, lo que puede reducir el deseo, provocar disfunciones o dificultar el orgasmo. Además, el cansancio, la falta de sueño y la tensión emocional contribuyen al distanciamiento íntimo.

Dormir mal también puede ser culpa del estrés

El estrés constante es enemigo del descanso. La ansiedad y el exceso de cortisol dificultan que el cuerpo entre en un sueño profundo y reparador. Incluso durmiendo muchas horas, la sensación al despertar puede ser de agotamiento. Este mal dormir eleva aún más los niveles de estrés, en un círculo difícil de romper.

Quienes han pasado por periodos prolongados de insomnio o sueño de mala calidad suelen notar también otros efectos físicos: aumento de peso, falta de energía, frustración. Dormir bien no solo recarga el cuerpo, también regula las hormonas y mejora el estado de ánimo.

Es por eso que, cuando se detecta un deterioro en el descanso, conviene mirar más allá del colchón o la rutina nocturna. Muchas veces, la raíz está en un estrés no atendido que se ha convertido en parte del día a día.

El estrés crónico como riesgo para enfermedades graves

El impacto del estrés no termina en molestias leves. Existen vínculos comprobados entre el estrés crónico y enfermedades cardiovasculares como la hipertensión, infartos y accidentes cerebrovasculares. Además, puede provocar hábitos poco saludables, como el sedentarismo, la mala alimentación o el consumo de sustancias.

También se ha relacionado con alteraciones del sistema inmunológico, lo que abre la puerta a infecciones frecuentes y, en algunos casos, incluso al desarrollo o progresión de ciertos tipos de cáncer. Por si fuera poco, puede desencadenar o agravar trastornos metabólicos como la diabetes y problemas de salud mental como la depresión o la ansiedad.

Reconocer el estrés como un factor de riesgo real es el primer paso para prevenir consecuencias mayores. Buscar estrategias efectivas para manejarlo —como la meditación, el ejercicio, la terapia o simplemente hacer pausas conscientes— puede marcar la diferencia en la calidad y duración de vida.

Reconocerlo a tiempo puede cambiar el rumbo

El estrés no se puede eliminar por completo, pero sí se puede aprender a gestionarlo. Saber cómo impacta al cuerpo, desde el sistema hormonal hasta el sueño y la salud íntima, ayuda a tomar decisiones más informadas para prevenir daños mayores.

No todo estrés es malo. El estrés puntual puede dar impulso y energía. Pero cuando se acumula sin tregua, como resultado de preocupaciones financieras, laborales o familiares, comienza a minar la salud sin darnos cuenta.

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Por eso, si te encuentras repasando con ansiedad tus pendientes, preocupándote por el futuro o durmiendo mal noche tras noche, detente un momento. Respira. Da un paseo. Recurre a actividades que te ayuden a desconectar. Esas pequeñas acciones pueden evitar que el estrés tome el control y abrir la puerta a una vida más sana y equilibrada.

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